sábado, 24 de abril de 2021

Los Filisteos y los pueblos del Mar

Por Hyranio Garbho

 

Si hay algo que caracteriza a los ario–frisones de las sagas del Oera Linda es la navegación. Ellos mismos se auto–definen, una infinidad de veces, como los “pueblos del mar”. La expresión “stjurar”, que puede muy bien ser traducida como “navegante”, o como “gente del mar”, aparece por todas partes en el texto. En todos los casos ella define el rasgo común de los antiguos frisones. Nêf Tünis y Nêf Inka son, quizá, su testimonio más contundente. Pero también Jon, quien junto a Nyhellênja navegó el mediterráneo y llegó hasta las costas de Grecia y el Asia menor. En ese sentido, la definición de los ario–frisones como “pueblos del mar” no es baladí; y, en nuestra opinión, no puede pasar desapercibida. Ella está íntimamente vinculada, conforme al juicio que nos impone la relación de los hechos, con uno de los misterios más apasionante de la historia del mundo antiguo: el enigma de los filisteos y su rol nunca bien ponderado en el drama de la antigüedad remota. 

 

De los filisteos la historia oficial informa que su origen permanece incierto. Aparecen tempranamente mencionados en algunos documentos egipcios antiguos que dan cuenta sobre ciertos “pueblos del mar”. Los filisteos son allí llamados como “peleset”. Conforme a estos textos los “peleset” o “filisteos” se habrían establecido en la costa suroeste de Canaán, en la actual Franja de Gaza (Palestina), extendiéndose desde allí hasta la región ocupada hoy por Israel. Esta geo–localización, como muy bien puede advertirse, vinculará a los filisteos con los hebreos, y dará lugar a una serie de relatos bíblicos ampliamente conocidos y comentados –una de estas historias es la que enfrenta a Goliat contra David, la cual, por su carácter simbólico, conviene tratar al final de este capítulo. 

 

En la Biblia los filisteos son llamados “pelistim”. De ellos se dice que vienen de Egipto[1]. Pero los egipcios los identificaban con los “pueblos del mar”, cuyo origen se hallaba en el mediterráneo, particularmente en Creta. Autores recientes hablan también del mar Egeo[2] y del Asia menor. En cualquier caso, todos los investigadores refieren la zona marítima mediterránea, aledaña a la Grecia del pasado. Descubrimientos[3] recientes sitúan el origen de los filisteos mucho más al occidente. Estos señalan regiones como Cerdeña y España. Pero aún más importante es lo que las mismas informan sobre la filiación genética que arroja el análisis del ADN de los antiguos filisteos. Una investigación llevada a cabo hace poco por Michal Feldman, Daniel Master y otros[4], centrada en el análisis de los restos óseos de individuos enterrados en la ciudad filistea de Ascalón, sugiere que los filisteos son, en verdad, de raza europea, es decir, de origen ario. Este dato constituye, por sí solo, una pieza de información importantísima, toda vez que hasta el presente se ha identificado a los filisteos con los palestinos actuales –de hecho el nombre “Palestina” viene, precisamente, de la palabra “Filistin”, o sea, “Filisteos”. Pero los palestinos son, en realidad, semitas, y su origen se halla entre las antiguas poblaciones semitas del levante mediterráneo. En este sentido, genéticamente hablando, los palestinos están más cerca de los judíos que de los filisteos del pasado. Son, de hecho, poblaciones emparentadas por filiación sanguínea en una proporción superior al noventa por ciento. Pero los filisteos, como se ha podido probar recientemente, no eran semitas, sino arios. Y este solo hecho nos obliga a replantear el asunto desde una perspectiva completamente nueva y distinta.

 

Tomemos como punto de partida para nuestras ideas los hechos que hemos venido tematizando aquí. Primero, la identificación de los filisteos, en los textos antiguos, con ciertos “pueblos del mar”. Y segundo, los descubrimientos científicos que sugieren un origen ario de los filisteos. Uno y otro dato hablan, en verdad, por sí solos. Pero la explanación de sus detalles nos adentrará en un mundo verdaderamente nuevo y desconocido; y de paso, nos aportará un ingente material de información clave en la perspectiva de probar la historicidad de los relatos del Oera Linda y al mismo Oera Linda, además.


 

Jeroglífico egipcio que contiene la expresión de “Pueblos del Mar”

 

Se denomina como “Pueblos del Mar” a un conjunto de pueblos que migraron al Medio Oriente y a Egipto, provenientes del mediterráneo, en el Bronce tardío (aproximadamente en el segundo milenio antes de la Era Común). Este dato calza a la perfección con las sagas del Oera Linda. Conforme a la historiografía oficial los “Pueblos del Mar” navegaron por la costa oriental del mediterráneo e invadieron Egipto, promediando la época de la decimonovena y vigésima Dinastía. Estas invasiones hicieron posibles los primeros registros sobre los “Pueblos del Mar”. Testimonios conservados en Biblos y en Amarna constituyen parte de las más antiguas fuentes históricas que los refieren. En Biblos, en el obelisco que se alza en su Templo, los jeroglíficos testimonian la existencia de los likios, uno de los tantos pueblos del mar. En las cartas de Amarna se menciona a los shardan (También existe una carta en Amarna que hace referencia a los likios, a los alasiyas y a los danunas como pueblos que atacaron las aldeas de Egipto). Los documentos de Ramses II y Ramses III, los de Merenptah, las cartas de Ugarit, etc., constituyen otros tantos testimonios sobre estos misteriosos pueblos. Los mismos “peleset”, identificados con los filisteos, aparecen mencionados en los documentos de Ramses III, particularmente, en aquellos que hacen referencia a la última campaña militar que dirigió contra ellos en el Levante Mediterráneo. La lista de evidencias es considerable[5]. Tjekers[6], shardanes[7], likios[8], turshas[9], sheklesh[10], danunas[11], kawashas o weshes[12] y peleset[13] aparecen constantemente mencionados en las inscripciones egipcias más antiguas y están diseminados por todas partes en el país. No obstante, todo lo anterior, hasta el último cuarto del siglo XIX, los “Pueblos del Mar” eran apenas conocidos en el mundo moderno. ¿Por qué tanta deliberada ignorancia a su respecto?

 

La expresión “Pueblos del Mar” fue usada en Francia, por primera vez, promediando la época que se publicó el Oera Linda. Pertenece al egiptólogo francés Emmanuel de Rougé. Basado en Rougé, algún tiempo después, Gaston Maspero, otro egiptólogo francés, acuñó esta expresión y la hizo extensiva a todos estos pueblos referidos por las fuentes. Esta denominación, en todo caso, tiene un fundamento histórico y etimológico en las propias inscripciones antiguas, pues aparecen en los documentos del faraón Merenptah, particularmente en la Gran Inscripción de Karnak.

 

Es particularmente importante señalar la época en que esta expresión vino a hacerse común entre los eruditos egiptólogos de finales del siglo XIX. Pues, si en el peor de los casos, el Oera Linda, hubiese sido escrito a inicios de ese siglo, como pretenden demostrarlo sus detractores, ¿cómo es posible que sus autores conocieran y usaran una expresión que vendrá a ponerse en boga medio siglo después? Enigmática cuestión es ésta y un punto a favor de la autenticidad del viejo manuscrito frisón. El Oera Linda usa la expresión “pueblos del mar” para auto–referenciarse y distinguirse de todos los demás pueblos de la tierra. Pero, más allá de la expresión, propiamente tal, que en cualquier caso podría ser, para muchos, incluso, anecdótica, existe el hecho que ellos eran pueblos navegantes del mar del atlántico norte y particularmente, también, del mediterráneo. Sobre la existencia de estos pueblos la historiografía moderna permanece muda hasta mediados del siglo XIX. Si el Oera Linda fue escrito, como pretenden sus detractores, a inicios de ese siglo ¿cómo pudieron saber sus autores sobre estos pueblos? Sobre todo, si en relación con ellos no se adelanta ninguna experticia particular sobre la egiptología. Es, como puede apreciarse, prácticamente imposible. 

 

Conforme a las sagas del Oera Linda dos experimentados navegantes frisones marcharon con dirección al mediterráneo promediando el año dos mil antes de la Era Común. Estos dos navegantes eran Nêf Tünis y Nêf Inka. En Kâdik (estrecho de Gibraltar) separaron sus rumbos. Nêf Inka tomó la ruta hacia occidente y recaló en las costas del continente americano. Nêf Tünis, en cambio, se internó en el mediterráneo y fundó colonias ario–frisonas en Pantelaria, en Tunez, en Grecia, en Egipto, en Asia Menor, en Palestina y llegó, incluso, en el valle del Ganges, a la India. Una serie de oleadas migratorias y conquistadoras le sucedieron. La última de ellas pudo haber sido la de Jon y Nyhellênja, unos seiscientos años antes del cristianismo. Esto es lo que refiere, en síntesis, la obra del Oera Linda. Ahora bien, si contrastamos esta información con lo referido, de manera independiente, por la ciencia oficial, tenemos que la coincidencia, en la sucesión de los hechos, es asombrosa. En la misma época que el Oera Linda refiere los movimientos de Nêf Tünis por el mediterráneo, los documentos de la ciencia oficial hablan de la aparición de unos pueblos del mar, venidos de occidente. Estos pueblos, como se ha demostrado recientemente, eran de origen ario, lo mismo que los pueblos de las sagas del Oera Linda. A la luz de todas estas evidencias no nos cabe más que aventurarnos en la hipótesis de que los así llamados “Pueblos del Mar” no son otros más que los ario–frisones de las Sagas del viejo manuscrito frisón.

 

La llegada de los ario–frisones a Palestina está documentada, en el Oera Linda, en los textos inscritos en el Burgo de Stavia[14]. Allí, tras referir los periplos de Nêf Tünis, desde la nórdica ciudad de Dênemarka, a la ciudad mediterránea de Thyrhisburgt, situada en el norte de África, en el actual Túnez, se narra cómo fue que los expedicionarios frisones llegaron a Palestina. En el texto esta región es llamada Sydon y abarca, más allá de las fronteras de Israel y el Líbano, todo cuánto hoy forma parte del occidente de Siria y Jordania y las extensiones egipcias del Sinaí. En la mencionada inscripción se puede leer: “Cuando (los frisones) estuvieron bien establecidos enviaron a algunos viejos marineros y mâgiares a una expedición hasta la ciudad de Sydon. Al principio los habitantes de la costa, que no tenían nada que ver con ellos, decían: “Sois sólo unos aventureros extranjeros a quienes no respetamos”. Pero cuando les vendieron algunas de nuestras armas de hierro, todo comenzó a ir bien. También deseaban comprar nuestro ámbar, y sus demandas al respecto eran incesantes... Luego vinieron los comerciantes y le rogaron que les dejara tener veinte buques, los que cargarían con los mejores productos y proveerían con cuanta gente se requiriera para los remos. Doce naves fueron entonces cargadas de vino, miel, cuero curtido, y sillas y bridas montadas en oro, como nunca antes se había visto.” De esta forma es como el Oera Linda narra el primer encuentro entre los navegantes frisones y las tribus locales que habitaban la región de Palestina (Sydon). Sobre las relaciones que entonces van a tener lugar, entre unos pueblos y otros, conviene detenerse un poco y analizarlas, desde una perspectiva paradigmática y arquetípica. En este análisis desplegaremos nuestras principales hipótesis sobre los pueblos del mar, los frisones, los filisteos, y la región ancestral de Palestina. Vayamos pues a ello.

 

Conforme a la luz de las evidencias desplegadas más arriba los históricos “Pueblos del Mar” son los pueblos “ario–frisones” de las Sagas del Oera Linda. Éstos habrían colonizado grandes extensiones del Mediterráneo a partir del segundo milenio antes de la aparición del cristianismo. En esto coinciden los informes sobre los “Pueblos del Mar” y las leyendas sobre los “ario–frisones” del Oera Linda. Uno de estos pueblos habría sido llamado, por los egipcios, como “peleset”[15]. Los testimonios más antiguos sobre los “peleset” se hallan entre los documentos del reinado de Ramses III y el Papiro Harris I. Tanto la historiografía oficial, como nosotros, coincidimos en afirmar que los antiguos “peleset” se corresponden con los así llamados “filisteos” de la Biblia. De este modo, si los “filisteos” son los “peleset”, entonces los “filisteos” son uno de los tantos pueblos del mar, de origen nórdico–ario, que recorrieron las costas del mediterráneo, conquistando a los más diversos pueblos de la región y expandiendo su cultura. Hacia el año 1200 antes de la Era Común tenemos que los filisteos aparecen ya establecidos en la región occidental de la actual palestina. Entonces tendrán lugar una serie de eventos que vendrán a enfrentar a los filisteos con un oscuro pueblo semita, venido de la región del Sinaí, y conocido de común como los israelitas. Estos enfrentamientos coparán gran parte de las narraciones contenidas en los bíblicos libros de Samuel, Jueces y otros.

 

Conforme nos refiere la historiografía oficial, hacia el siglo XII, antes de la Era Común, los filisteos se hallaban cómodamente establecidos, a lo largo de toda la costa de Canaán, en ciudades como Gaza, Ascalón, Asdod, Ecrón y Gat. Tenían amplios conocimientos del Hierro y otros metales, lo que es coincidente con los relatos del Oera Linda. Esto les confirió una ventaja militar considerable y les empujó a la conquista de todos los otros territorios de la región, inclusive hacia el valle del Jordán. Por el sur de Canaán invadieron a los israelitas y los sometieron al punto de ser considerados, por éstos, como el mayor peligro para Israel. Estos eventos son, para nosotros, extraordinariamente importantes, porque marcan, desde una perspectiva arquetípica y paradigmática, uno de los primeros encuentros entre estas dos visiones del mundo (la aria y la semítica), en un nuevo contexto histórico. 

 

Los testimonios más antiguos sobre la enemistad y contraposición de los arios y semitas, en el marco de la última era de la humanidad (o sea, lo que concierne a la época que se inicia con la invención de la escritura)[16], hallan, en los relatos que enfrentan a filisteos e israelitas, su ejemplo más característico y paradigmático (A esto es a lo que nos referíamos cuando más arriba escribíamos sobre el arquetipo que enfrenta a Goliat contra David). No se trata allí sólo de una contienda entre tribus enemigas que batallan por el dominio de territorios o influencias, sino de la confrontación arquetípica entre dos visiones del mundo por completo diferentes, contrapuestas e irreconciliables. El Oera Linda marca muy nítidamente esta contraposición y diferencia cuando refiere los rasgos distintivos de los proto–habitantes de Sydon, identificados con las tribus semitas que, a partir del contacto con los ario–frisones, pasarán a formar parte de la escena habitual de estos últimos. Allí se les describe como falsos, cobardes e hipócritas, proclive al cultivo de las ciencias ocultas, la magia negra, el chamanismo y los rituales de sangre. Pueblos sin “honor”, inclinados al pillaje y al comercio mal habido, fuertemente materialistas, con los cuales se mantienen relaciones de permanente conflicto[17].  

 

Es para nosotros un hecho irredarguible que la historia de los filisteos encuentra, en las Sagas del Oera Linda, un eco inexcusable. Al igual que las otras referencias a los pueblos del mar y sus constantes apariciones en la vasta región del mediterráneo. Hasta ahora esta cuestión no se había planteado jamás, en toda la extensa bibliografía que refiere estos hechos. Por lo que comporta una conquista considerable de nuestros trabajos y nuestras investigaciones venirlo a proponer aquí. Lo mismo que todas las otras identidades y relaciones que hemos establecido en este libro. Valgan todas ellas para una reescritura de la Historia y una nueva visión sobre los hechos del pasado que recién comienza a desarrollarse.

 



[1] Génesis 10, 13–14

[2] Tischler, All the Things in the Bible

[3] Cfr. Michal Feldman, Daniel Master y otros “Ancient DNA sheds light on the genetic origins of early Iron Age Philistines”. 

[4] Ibid

[5] Aparte de los Documentos de Amarna y Biblos existen otra serie de evidencias entre los Documentos de Ramsés II y Ramsés III. Los pueblos del Mar son mencionados muchas veces en los relatos que refieren las Batallas del Delta y del Qadesh. Los registros se hallan en la Estela II de Tanis y en la Estela de Asuán; y también en los templos de Luxor, Abydos, Karnak y Abu Simbel. Hay también referencias a los pueblos del Mar en el papiro Sallier III y en el papiro Harris I. Respecto de las evidencias que atañen a los Documentos de Merenptah y a las cartas de Ugarit cabe mencionar, con relación a los primeros, la Gran inscripción de Karnak, que relata la Batalla contra la confederación de los Nueve Arcos, en el Delta occidental, y las evidencias que proveen el Obelisco del Cairo, la Estela de Atribis y la Estela de Merenptah; y con relación a los segundos, las cuatro cartas de Ugarit, datadas alrededor del 1200 a.C., que conservan la memoria de Hammurabi, el último rey de Ugarit.

[6] Pueblos arios que se asentaron presumiblemente en la región de Creta y emigraron luego a Anatolia.

[7] Los shardanes fueron pueblos del mar, de origen ario, que provenían, probablemente, de la región de Cerdeña, aunque también se ha escrito que venían de la antigua Sardes, en el asia Menor.

[8] Los likios, probablemente en razón de semejanzas vocálicas, han sido identificados como uno de los pueblos del mar procedentes de la región de Licia en el asia Menor.

[9] Los turshas o teresh constituyen pueblos del mar relacionados con los antiguos troyanos.

[10] Los sheklesh o shekelesh eran pueblos arios que venían, probablemente, de la región de Sicilia. 

[11] Los danunas o denyen han sido emparentados con los antiguos aqueos.

[12] También los weshes o kawashas o ekweshes han sido emparentados, lo mismo que los danunas con los antiguos aqueos.

[13] Conforme a la historiografía oficial uno de los pueblos del mar identificado con tribus arias procedente de Creta.

[14] Cfr. Oera Linda, versión castellana de Hyranio Garbho, pág. 94 y 95. El título de este capítulo en el texto frisón original es “Thit ella stet navt allêna vpper Waraburch men ok to thêre burch Stavia, thêr is lidsen aftere have fon Stavre”, que puede traducirse como “Todo esto está inscrito no sólo en el Waraburgt, sino también en el Burgo de Stavia, que se encuentra detrás del Pórtico de Stavre”.

[15] Una de las pruebas más contundentes, a nuestro entender, de que los “peleset” o “filisteos” eran, auténticamente, un pueblo extranjero en la región de Canaán, lo constituye la “Estatuilla de Padiiset”, conservada hoy en un Museo Privado (Walters Art Museum). Allí se testimonia que los filisteos eran una etnia completamente diferenciada de los autóctonos cananeos, incluso en la lengua que hablaban.

[16] Es importante advertir al lector que para la clasificación de los diversos períodos históricos no me sirvo yo de las clásicas referencias modernas. Lo que aquí llamo “Última Era de la Humanidad” se corresponde con el largo y extenso período que los historiógrafos modernos llaman “Historia”. Así, todo lo que constituye la “Historia conocida”, por oposición a la Pre–Historia, desde la invención de la escritura, hasta nuestros días (un extenso período de tiempo que contempla unos seis mil años), forma parte de lo que yo llamo la “Última Era de la Humanidad”.

[17] En rigor, más que de un pueblo, propiamente hablando, el Oera Linda hace referencia a los habitantes de Sydon como una casta sacerdotal. Se les llama “Trowydas” o “Golen”, y en el texto se les describe, cada vez que se les menciona, con los peores adjetivos. 

lunes, 4 de marzo de 2019

El hallazgo de Kanoth Ark, en torno al misterio de las ruinas de Keneto

Por Hyranio Garbho



Hacia el interior del valle del río Virú, cerca de la hacienda Tomabal, se halla el complejo arqueológico de Keneto. Se trata, al parecer, de un antiguo santuario formado por dos plazoletas de piedras, en cuyos centros se erigen magnificentes dos menhires. El complejo fue descubierto por Rafael Larco Hoyle (según otras versiones, por Marcel Homet) en 1935. Y desde entonces ha maravillado y sorprendido a numerosos investigadores, muchos de los cuales coinciden en que se trata del sitio arqueológico más antiguo de Perú. Más allá de las plazoletas con sus Menhires, y de los caminos de piedra, coronan este magno espectáculo una serie de petroglifos del más variado espectro. Por todas estas razones, y otras muchas, relacionadas con la innegable energía que se percibe en el lugar, fui invitado por mi camarada Eduardo Arancibia, a conocer la región de Keneto. 

El lugar era todo cuanto me habían prometido; y mucho más. En efecto, pese al cansancio que llevábamos, por las dificultades que tuvimos que sortear para llegar al lugar, las intensísimas energías que se concentran allí, podían percibirse ya desde las cercanías. Una vez en Keneto, me llamó poderosísimamente la atención la geometría de las plazoletas y la ubicación, en ella, de los Menhires. Por intuición, sospeché que podía tratarse de las ruinas de un santuario ceremonial, pero no adelanté nada. Ya había estado en Tiahuanaco y Pumapunku y en el cromlechs de Nabta, en Egipto. Y aunque en los dos primeros pueden hallarse algunas “medidas” (como la raíz de dos que resulta de la diagonal del Templo de Kalasassaya), no tenía otras referencias para aventurarme en los cálculos. Temí que en Keneto fuera lo mismo, sobre todo por la desalineación (¿intencionada?) de uno de sus Menhires. Pero felizmente no era así. Luego descubriría la función ceremonial que desempeñaban los Menhires y esto solo ya me ponía en la pista sobre la envergadura del lugar.


Vista de las plazoletas, con sus Menhires, desde altura


Pero esto se hizo todavía más interesante cuando mi amigo y camarada Eduardo Arancibia me sugirió que el nombre Keneto podía corresponder a una palabra en rúnico (en kalataal). Al principio rechacé tal posibilidad. Pero luego advertí la correspondencia con las formas rúnicas “Ke-Ka” y “Neth-Neto-Noth”. Así, Keneto podía ser Kanoth, un enclave que aparece en la Tradición arkhanen como una de las ciudades de la Tercera Edad (o Edad de la Tercera Luna). Fue entonces que tomamos el camino de Piedra y nos dirigimos a la zona de los petroglifos, donde mis camaradas me adelantaron que podían hallarse mayores evidencias de esta correlación. Particularmente, algunos petroglifos rúnicos, donde puede distinguirse con nitidez una runa “Man”; pero más especialmente el petroglifo de una esvástica. 




Entonces vino lo mayor. Mientras analizábamos los pictogramas grabados en las rocas pude notar que no eran éstas, las rocas, formaciones rocosas habituales. En su mayoría parecían ser rocas trabajadas con formaciones cuadrangulares específicas, del mismo tipo que había visto ya en pumapunku y Tiahuanaco. La casi totalidad de las mismas se hallaban derribadas sobre el cerro, como si caídas desde lo alto. Pero bajo ellas todavía persistía un muro rocoso donde las rocas, cuadrangulares todas, en formaciones de bloque, hallábanse como ensambladas, al estilo de las Pirámides mayores del complejo de Gizeh. Fue allí que advertí que no podía ser esto fruto de una natural agrupación rocosa, sino que las mismas se disponían en bloques porque tuvieron que haber parte de una ciudad. Ello explicaba que el camino de Piedras que pasaba por el Santuario de Menhires se extendiera justo hasta la explanada de rocas con los petroglifos. Así, en el sitio preciso donde los muchos arqueólogos sólo habían visto los “petroglifos”, nosotros habíamos descubierto una antigua ciudad. La corroboración de estas verdades vendría después, cuando nos aplicamos al análisis de todos los materiales recopilados en nuestra expedición. 


Imagen satelital de la Región de Keneto

Antes de continuar quisiera mencionar a todos los camaradas que hicimos el viaje a la región de Keneto, en el valle del Virú. El primero entre ellos Eduardo Arancibia, profesor de física, y camarada amigo de la Sociedad Arkhanen. Junto a él, el arqueólogo Jorge Novoa, experto culturas precolombinas del Perú. También nos acompañó el camarada Luis Valencia y Junto a él, el filólogo Alejandro Bengoa, experto en lenguas germánicas. Con todos ellos me adentré en la región de Keneto y descubrimos la que podría ser Kanoth Ark, el mítico enclave ario-arkhanen de la tercera luna. 

Entre los materiales recopilados en nuestra expedición  yo quisiera mencionar que los hay de cuatro tipos: los que constituyen una evidencia de carácter físico, filológico, arqueológico y arqueométrico. En el primer tipo resalta el análisis preliminar de las piedras y las rocas del lugar, incluyendo los Menhires. Desde el ingreso al valle del Keneto, presidido por dos Menhires que están en el suelo, puede observarse una explanada de pequeñas piedras, del tipo laja, de color rojizo, resquebradizas, como si hubiesen sido expuestas a un calor extremo. Los bloques de rocas que forman lo que hemos identificado como las ruinas de Kanoth ark exhiben el mismo color rojizo, por lo que parecen haber estado expuestas al mismo fenómeno. De otro talante son los Menhires y las rocas que cuadran las plazoletas ceremoniales de Kanoth. Ellas no muestran la misma calcinación de las rocas de Keneto, ni de las infinidad de piedras que tapizan la región. Otro hecho notable es la erosión de las rocas en Kanoth (Keneto), los que sugieren la hipótesis de una erosión por efecto del agua lluvia.  Los bloques de rocas ensamblados, por su parte, parecen exhibir, en algunos de sus extremos, una suerte de derretimiento de las rocas, como si hubieran estado expuestas a un calor extremo. 





En segundo lugar tenemos el análisis filológico de la palabra Keneto. El lugar debe su nombre al cerro Queneto, que preside majestuoso la quebrada hacia el valle, desde el occidente. Ignoramos absolutamente el origen de este nombre, pero sabemos que su data es antigua. Ahora bien, a diferencia de los otros complejos arqueológicos hallados en la región, los que en su mayoría vienen nominados con palabras de indudable origen indígena, Keneto representa una sonoridad distinta y misteriosa. No se trata de un nombre indígena (a lo mucho podría tratarse de una voz indigenizada), sino de una voz muy anterior al poblamiento americano, la que resalta por su asombroso parecido fonético con la palabra “Kanoth”, que describe la ciudad de Kanoth ark en los mitos ario-arkhanen. Volveré sobre esto en la parte final de mi escrito.


Ensamble de los bloques rocosos -
muestra indudable que no se trata de una formación rocosa natural


En tercer lugar, tenemos la impronta arqueológica, según la cual el sitio de Keneto tendría una antigüedad, por lo bajo, entre los 5000 y 8000 años antes de nuestra Era Común. Por lo que sería muy anterior a todas las culturas indígenas conocidas y estudiadas del lugar. No hay, además, evidencia arqueológica de la presencia indígena, como en las huacas de Trujillo, o en Chan Chan; o incluso en los mega asentamientos de Marca Huamachuco o Ouiracocha pampa. El lugar de Keneto parece ser vírgen e incontaminado, respecto de los pueblos y culturas que luego habitaron la región (tal incontaminación no parece apreciarse en Tiahuanaco, Bolivia, desafortunadamente) -incluso, en lo que dice relación con sus pictogramas y petroglifos. Lo que vendría a apoyar nuestra hipótesis todavía más fuertemente.



Junto con las formaciones rocosas naturales
persisten los Bloques rocosos de las ruinas de Kanoth


Por último, presento la que es, a mi juicio, por ahora, la evidencia más patente e incontrarrestable de nuestro hallazgo en Keneto. Trátase de la impronta “arqueométrica” o las “medidas” del lugar, particularmente la de las plazoletas sagradas que cuadran los menhires. Estas se hallan ubicadas mirando respectivamente hacia el este y occidente de la zona. En una inclinación de 20 grados considerando el eje Norte-Sur. La plazoleta Este representa un rectángulo de 43,30 metros de largo por 32,80 metros de ancho. El menhir de esta plazoleta se halla centricamente alineado respecto de los lados ubicados al norte y al sur, a unos 15,90 metros; y separado de la pared occidental a unos 10,40 metros. Desde esa línea hasta la pared oriental hay exactos 32,80 metros. La plazoleta Oeste representa un cuadrado de 26,70 metros en cada una de sus paredes, aunque el lado occidental tiende a deformarse en 20 centímetros formando un ancho de 26,90 metros. El Menhir está ubicado a unos 13,45 metros respecto de sus paredes norte y sur; y a unos 8,15 metros de su pared occidental, lo que le aleja de la pared oriental en unos 18,55 metros. En ambos casos, esto es, en las dos plazoletas, si se traza una diagonal desde el lugar de posicionamiento del Menhir, hasta ambos extremos de las paredes orientales, obtendremos como resultados las raíces de 3 y de 5. Y esto no es todo, pues si se traza la diagonal del cuadrado que forma la plazoleta occidental, obtendremos la raíz de 2; e igual resultado nos dará el cálculo de la diagonal del cuadrado y los cuadrados que se forman, en el espacio interior entre el Menhir y la pared oriental de la Plazoleta Este. Y como si esto no bastara, desde la posición del Menhir es posible formar el famoso triángulo de Pitágoras y la proporción aurea, entre el costado occidental de la plazoleta Este y la diagonal de la misma plazoleta ( en sus dos direcciones) –la proporción Áurea también aparece en los triángulos rectángulos que se forman en la ladera occidental de la plazoleta Oeste. Dicho todo esto, cabe aclarar la importancia de la impronta arqueométrica para comprender a cabalidad la envergadura del descubrimiento. 

Medidas de la Plazoleta Oriental

Hasta el presente la casi totalidad de los investigadores y exploradores –arqueólogos o no– siempre parten, en su análisis de los vestigios de enclaves antediluvianos –y post diluvianos también– del prejuicio funcionalista (el que también podría llamarse, por extensión analógica, “marxista-evolucionista”). Todos parten del hecho que la humanidad anterior fue infinitamente menos desarrollada tecnológicamente que la nuestra; y por lo tanto, que sus edificaciones tenían como función la astronomía, para calcular las épocas de siembra y de cosecha, etc. Cada vez que llegaban a un enclave cualquiera sucedía que tenía que tratarse de un centro astronómico. Así se dijo del Templo de Kalasassaya en Bolivia, de las pirámides en México y Guatemala; e incluso, en Egipto. Pero todo el mundo ignoró la arqueometría, probablemente por desconocimiento y falta de formación iniciática. Estas verdades, guardadas como joyas por la Tradición, hicieron por vez primera su aparición en la Arqueología con ocasión de las “medidas” de la Gran Pirámide, en Gizeh. Entonces se comprobó que su diseño arquitectónico no había sido aleatorio y que todos los números sagrados se hallaban en ella. El primero de ellos en ser descubierto fue el número de oro, PHI, en la relación que une la base del triángulo equilatero del interior de la Pirámide con su apotema. Luego, en función de lo mismo, vendrían a aparecer los otros números. 

Medidas de la Plazoleta Occidental


En la Tradición se enseña a reconocer una obra como anterior a la última luna, por su arqueometría. Cualquiera sea la naturaleza de esta obra (no sólo arqueológica) si están presentes los patrones arqueométricos, se trata de una obra de los dioses. En la Tradición se dice que el cosmos fue creado por Mundelfori con estricto apego a estos patrones; y que, por lo tanto, cuando se trata de producir una obra sagrada, el artista debe reproducir, en su creación, los patrones con los que Mundelfori hizo el mundo. Esos patrones son los números, que en su etimos más antiguo, están relacionados con “medidas” y “proporción” (o lo que en griego antiguo llamaríamos “logos” y “analogos”). La Tradición enseña que fue el sabio Armín (llamado Hermes entre los griegos y Djuty -o Thoth- entre los egipcios) quien reveló estos números a los hombres. Se dice que inició enseñándoles los irracionales de las raíces de 2, 3 y 5… y luego todo el edificio de los números, entre los que se cuentan el número de oro (llamado la media y extrema razón por el griego Euclides) y los números sagrados de Pitágoras, la mónada, la diada, la triada, la tetrada, la tetratkys, etc. Para un iniciado de la Tradición ése es el factor determinante, la Arqueometría. No la cerámica, ni los garabatos dibujados en artefactos de esta naturaleza (todos los cuales, con seguridad, son posteriores y típicos de los pobladores postreros de esta región del mundo). Con esa convicción arremetimos en un análisis arqueométrico del complejo arqueológico de Keneto, particularmente de las plazoletas antes mencionadas. Y para nuestro asombro, como ya fue adelantado más arriba, todas las medidas del origen (significado de la palabra “arqueometría”) estaban presentes en el sagrado Santuario. Si a ello unimos el nombre del lugar, más el análisis físico geológico de las piedras y de las rocas y los petroglifos de runas y esvásticas, queda establecido para nosotros que se halla de un enclave antediluviano, construido y recreado por una raza de hombres que no fueron parte de los pueblos indígenas que poblaron la américa inmediatamente pre-colombina. Quienes fueron los hombres de esta Raza? Con esta pregunta dejo planteada la inquietud sobre la Kanoth Ark, que es a nuestro juicio Keneto, e les introduzco en el tema que desarrollaré en mi próximo artículo.

jueves, 17 de marzo de 2016

El Misterio de Enoch

Por Hyranio Garbho

Otro misterio insondable del Oera Linda nos invita a reparar en un hecho aparentemente menor de la primera edición alemana que circuló de este libro. Trátase de una omisión deliberada del nombre de Enoch.   El texto respectivo en el manuscrito original se halla en la hoja 5.  Allí se puede leer, en frisio, lo que sigue:

"Abêlo, Jaltjas man, grêvetman ovir tha Sûdar Flylânda. Fjvwers is er hyrman wêsen. Tha burga Aken, Ljvdburch and Kâtsburch send vnder sin hod.  Enoch Dywek his man, grêvetman ovir West-flylând and Texland. Njvgun mel is er to sêkening kêren. Thiu Wâraburch, Mêdêasblik, Forâna aend ald Fryasburch send vnder sin hod".

La página respectiva del texto lo muestra sin ambages.



La traducción más adecuada de estas líneas es:

"Abêlo, esposo de Jaltjas; Grêvetman de los Sûdar de Flylânda. Fue tres veces Comandante.  Los burgos Aken, Ljvdburch y Kâtsburch están bajo su cuidado. Enoch, esposo de Dywek; Grêvetman de West-flylând y Texland.  Fue escogido nueve veces rey de los mares.  Wâraburch, Mêdêasblick, Forâna y Fryasburch están bajo su protección".


En el inglés y el holandés respectivo se puede leer:

"Abelo, Jaltia's husband; Grevetman over the Zuiderfly-landen. He was three times heerman. The towns Aken, Liudburg, and Katsburg are under his care. Enoch, Dywcke's husband; Grevetman over Westflyland and Texel. He was chosen nine times for sea-king. Waraburg, Medeasblik, Forana, and Fryasburg are under his care" .

"Abelo, Jaltias man, grevetman over de Zuiderflylanden. Viermaal is hij heerman geweest, de burgten Aken, Liudburg en Katsburg zijn onder zijne hoede. Enoch, Dywckes man, grevetman over Westflyland en Texland. Negenmaal is hij tot zeekoning gekozen, Waraburg, Medeasblik, Forana en Fryasburg zijn onder zijne hoede" .

En todos estos casos se puede apreciar en forma nítida la introducción adecuada del nombre de Enoch tal y como aparece legítimamente en el manuscrito original.  Pero la versión alemana del Oera Linda, quizá la mejor de todas, omite deliberadamente la inclusión de este nombre.  ¿Por qué?  El texto alemán dice:

"Abelo, Jaltjas Mann, Grevetmann über die Süder-Flylande und Texland.  Neunmal ist er zum Seekönig gekoren.  Die Waraburg, Medeasblik, Forana und Alt-Fryasburg sind unter seiner Hut" .

La traducción adecuada de éste es:

"Abelo, esposo de Jaltjas, Grevetmann del lado sur de Flyland y Texland.  Nueve veces elegido rey de los mares.  Waraburg, Medeasblik, Forana y la antigua Fryasburch están bajo su cuidado".

No fue ésta la única anomalía que Hermann Wirth introdujo en su traducción del Oera Linda.  La estructura final de la obra también se ve afectada en su versión final.  El Oera Linda de Wirth comienza con la descripción del origen del Mundo, mientras que el manuscrito original se inicia con el consejo de Adela.  Esta decisión, no obstante, puede entenderse.  Pues tras leer el texto completo de Wirth es evidente que su estructura la inspiran motivaciones estilísticas.  Pero no parece ser éste el caso de la omisión del nombre de Enoch.

Poco importaría quizá si el nombre omitido hubiese sido cualquier otro.  Pero se trata del nombre de Enoch.  Y esto ya, de por sí, no puede pasarse por alto. ¿Quién fue Enoch?  En la biblia judeo-cristiana el nombre de Enoch aparece mencionado en dos genealogías distintas.  Enoch es tanto un hijo de Caín como un descendiente de Set, hijo de Jared.  También aparece mencionado como un nieto de Abraham.  Existe igualmente un cuarto Enoch, el que la tradición le atribuye el famoso Libro de Enoc.  Ninguno de éstos parece ser el mismo.  Aunque es plausible pensar que el cuarto Enoch, el del famoso manuscrito, es el primer Enoch de la Biblia, el que el Génesis dice que es un hijo de Caín.   Y es éste, precisamente, el Enoc que nos interesa discernir aquí.

El Enoch del Génesis, primogénito de Caín, en rigor, no es un Enoc bíblico.  Esto, porque el Génesis no es un relato de la Biblia, sino un texto intercalado allí.  Tampoco Caín es un personaje bíblico, propiamente hablando. La enseñanza hermética considera tanto a Enoc, como Caín, hijos de una raza y de un pueblo distinto al pueblo que protagoniza las historias de la Biblia.  Pero no sólo distinto, sino también, contrapuesto. Sobre esta raza hermética he escrito en profundidad en mi libro Los Pergaminos del Bosque de Neegal. En Las Bodas Arkhanen narró las sagas de esta raza del origen.

¿Quien es el Enoch de la enseñanza hermética?  El Enoch de la enseñanza hermética, también llamado Enoc, Henoc o Henok es un héroe y sabio antediluviano, hijo de Akni–Kain, sintetizador de todos los conocimientos de la antigüedad.  Según la tradición esotérica Enoch es un privilegiado de los dioses, a quien estos revelaron todos los secretos del cielo y de la tierra.  Novecientos años duró su aprendizaje, tras lo cual Enoch se aplicó otros novecientos años es escriturarlo –sistematizarlo, ordenarlo. Al final de su vida se casó con Thyuuk y tuvo una gran descendencia.

Aun cuando el Oera Linda comenzó a redactarse unos cinco siglos antes del advenimiento de la era común, lo que nos obliga a situar al Enoch de su relato unos quinientos años antes de Cristo, existen dos paralelismos poderosos con el Enoch de la tradición hermética que nos autorizan a pensar en un vínculo secreto entre ambos.  El primero de ellos tiene que ver con el nombre de la esposa de Enoch; el segundo con el simbolismo del número nueve. La esposa del Enoch hermético se llama Thyuuk, la del Enoch frisón Dywek.  En kalataal, la lengua de la tradición hermética, Thyuuk es Dywek.  Ambos nombres son equivalentes, iguales, pues se escriben del mismo modo.  De allí que el Enoch frisón es el mismo que el Enoch hermético.  Pero más relevante que esto es la sincronía del simbolismo del nueve.  El "nueve" es un número alegórico, metafísico.  Es el tres veces tres; y su doble es ISIS, el número perfecto de las kalas sacras.  En la tradición hermética Enoch permaneció novecientos años estudiando los secretos del cielo y de la tierra junto a los dioses del origen.  Y otros novecientos años le tomó sintetizar estos conocimientos.  El número novecientos, allí, hace referencia hermética al número 9.  Esto es, encripta el 9 en la forma del novecientos.  Pero su simbolismo es explícito y concreto, pues hay dos ciclos de novecientos años, esto es, hay dos "nueves", por lo que la referencia al número sagrado de la tradición, ISIS, se manifiesta abierta.  En el Oera Linda Enoch, esposo de Dywek, es un sabio, un Grevetman, elegido nueve veces rey de los mares.  Las nueve veces son también aquí una referencia al 9.  Todo ello nos lleva a concluir que el Enoch frisón es una reminiscencia arquetípica de un Enoch todavía más antiguo, del primer Enoch del Génesis no falsificado; del mismo Enoch de la tradición y el hermetismo arcano.

Pero ¿Por qué Wirth omitió su nombre en la versión alemana del Oera Linda? ¿Por qué atribuyó sus méritos a un oscuro comandante frisón llamado Abelo? Ambas cuestiones comienzan abrirse a nuestra inteligencia a partir del discernimiento de otro misterio, el que cabe imputarle a los últimos cronistas del manuscrito.  Konerêd y Bedên son dos de los más enigmáticos narradores del Oera Linda.  Sus libros, dentro de la tradición, son calificados de apócrifos.  Konerêd redactó sus sagas alrededor del siglo I antes de Cristo.  Y en ellas hace incluir una carta de Ljvdgêrth, el Germano.  Esta carta es relevante porque forma parte de la tercera y última omisión de Wirth.  Según el antropólogo alemán la carta original se halla perdida y su inclusión en el manuscrito revela una intervención posterior.  Algo semejante sucede con el Libro atribuido a Bêden, cuyo cuerpo se halla extraviado casi en su totalidad.  Wirth se negó a incluir éstos en su versión final del Ura Linda; y nosotros pensamos que una motivación similar le empujó a excluir el nombre de Enoch del texto frisón.

Esta es la verdad del asunto.  Según la tradición hermética el manuscrito frisón que hoy conocemos bajo el nombre de Oera Linda fue copiado alrededor de 1815.  Sus últimos copistas, los discípulos de Andries Over de Linden, manipularon partes del texto original, omitiendo deliberadamente otras, con el objeto de resguardar poderosos secretos de carácter hermético.  Otro tanto hizo su custodia siguiente, la maga Aafje Meylhoff, bajo cuya dirección se arrancaron páginas de la copia de Andries Over de Linden y se mutilaron capítulos enteros.  De esto era consciente Hermann Wirth y lo eran también quienes trabajaban paralelamente en el estudio secreto de esta obra.  Wirth omitió deliberadamente lo que juzgó una manipulación o intercalación posterior del texto, entre las que se contaría el aludido pasaje que nombra a Enoch.

En la copia del Oera Linda de Andries Over de Linden Enoch es un simple Grevetman bajo cuya dirección se redactaron algunas de las crónicas del libro de los descendientes de Adela . Su secreto se halla guardado bajo dos claves de encriptación: el nombre de su mujer y el simbolismo del número nueve –la alusión a haber sido nueve veces elegido "rey del mar".  El Enoch del manuscrito original tiene que haber sido el Henok de la tradición hermética, el mismo que narró la caída de los ángeles por concupiscencia con las hijas de la tierra.  En los anales de la Tradición Hermética éste es un hecho acaecido en las postrimerías de la Primera Luna.  Henok, el sabio que permaneció nueve siglos con los dioses aprendiendo los secretos del cielo y de la tierra, vivió en los albores o inicios de la Segunda Luna.  Es hijo de Akni–Kain, el héroe que conquistó el fuego de la transmutación y encendió la llama del fragmento de Uril en el bosque de Neegal.  Nueve siglos le tomó sintetizar todos los conocimientos que le fueron revelados. Y con ellos inició la tradición que luego materializaría Yrmión.   Esa tradición es la que posteriormente cultivarán los armanen; y de ella brotará, finalmente, la primera Vehme de Nothureim.

sábado, 17 de enero de 2015

La Piedra de Uril y el Misterioso Bosque de Neegal


Por Hyranio Garbho

El Bosque de Neegal es un arquetipo del esoterismo arkhanen y un símbolo privilegiadísimo del opus alchimicum ururiano.  Ubicado donde hoy se encuentra el Teutoburger Wald constituyó en el pasado el lugar más sacro para los ario–arkhanen por tres significativas razones.  Primero, porque fue el lugar donde se celebraron las bodas arkhanen.  Segundo, porque fue la región escogida para emplazar el Uril.  Y tercero, porque es el escenario donde se desarrolla la mágica historia de Sigur y Vaal de Marne, épica arquetípica de la iniciación aria en A–Mor, cuyos ecos darán vida, en los tiempos históricos, a la leyenda del Graal.

En Las Bodas Arkhanen el mágico y misterioso Bosque de Neegal constituye el tema central de la Cuarta Jornada.  Allí se nos informa que ése fue el lugar dónde los primeros habitantes del planeta, venidos de otra estrella, ocultaron su reliquia más sagrada, una piedra conocida con el nombre de Uril.  La palabra Neegal y Uril son ambas iroglifos ururianos.  La primera significa literalmente Tierra de NEEG, pues el sufijo AL, compuesto por la runa Ar y la runa Laf, suele ser interpretado como "Tierra" o "Región".  La palabra NEEG, en kálico, compuesta por las runas Noth, la doble Eh y Gibor, significa literalmente "Las Nupcias de los Dioses bajo la Ley que es Destino".   Esas nupcias divinas (nupcias de los Gotten) son la replicación de las bodas arkhanen en este plano del acontecer (o en este nuevo planeta).  La segunda palabra, URIL (de las runas Ur, Is y Laf), invoca la idea que el Conocimiento Interior es Fuerza Interior y Visión de la Totalidad.

Según Agnes del Lacio el antiguo Bosque de Neegal, lugar al que se llevó originalmente la Piedra de Uril, comprendía un territorio mucho más vasto que el que hoy abarca el Teutoburger Wald.  Se iniciaba en la mítica Ljvdwert, en Frisia, extendiéndose por el oriente hasta donde hoy se encuentra la ciudad de Berlín.  Por el sur abrazaba los límites norte de la actual Bélgica y la actual Luxemburgo.  En Alemania el Bosque se extendía hasta la actual Frankfurt. 



En el Bosque de Neegal fue donde comenzó todo.  Las Bodas Arkhanen, atribuidas al mítico Urur, señalan que el lugar fue elegido para custodiar el Uril mucho antes de la fundación de Thule[1].   Entre esta mítica ciudad y el lugar preciso donde fue llevado el Uril habían, según Las Bodas Arkhanen, 2600 pasos (algo así como 2756 kilómetros, si atendemos a la indicación de Del Lacio, según la cual, un paso arkhanen habría medido 106 centímetros).

De acuerdo con Las Bodas Arkhanen el Bosque de Neegal llegó a ser un lugar mágico, de retiro, precisamente, gracias a la Piedra de Uril.  En los tiempos más remotos, antes del hundimiento de Alt–Land (La tierra antigua), la Thule de los orígenes, este lugar era considerado sacro.  Y el camino que a él conducía, una senda de peregrinación.  Ése camino se iniciaba en el antiguo Puerto de Kâdik, al que los arkhanen Sippe llegaban provenientes del Puerto Brasil, ubicado en la región suroriental de la Isla de Thule, paralela al estrecho de Gibraltar.  Y consultaba un periplo que cruzaba toda Hispania, haciendo estaciones en lugares próximos a los sitios donde hoy se hallan ciudades como Córdoba, Toledo, Teruel y Huesca en la antigua Ar–Agon.   Tras cruzar los pirineos la siguiente estación de la ruta era Ker Kasser (probablemente Carcassonne), por donde el camino continuaba hasta alcanzar la ruta del Ródano; y desde allí, siguiendo una de sus bifurcaciones, penetraba la actual Alemania, hasta la región donde hallábase antiguamente el Bosque de Neegal (llamado luego Nieg–al, Ning–al, Oster–ning–al, Os–ning–al, Os–ning, Osning).[2]

En el Bosque de Neegal se celebraron las Bodas Arkhanen.  Éstas, míticamente, representan la unión de ambos planos del acontecer, simbolizados en el misterio de la duplicación de la Runa Noth.  Tal prodigio fue actualizado por Wotan (o sus fieles seguidores) en el Bosque de Neegal.  Cuenta la leyenda ururiana que Wotan, ya anciano, concibió allí una segunda forma de transmutación necesaria para reactivar el äthion dormido.  El äthion –o Electrón Divino, como lo llamara Jörg Lanz von Liebenfels– vibraba entonces en su mínima expresión, debido a la lejanía en que se hallaban los garbharien[3] respecto de la estrella madre, su patria ancestral, Aldebarán.  Ello produjo que éstos perdieran el equilibrio e incurrieran en conductas erráticas, incoherentes y contra toda armonía y sentido. Cometieron entonces el pecado racial[4] y se sublevaron contra el bello orden establecido.  Wotan, líder aun de los garbharien, temiendo por la Piedra de Uril, marchó junto a sus leales seguidores hasta el Bosque de Neegal, para ponerla a resguardo de los rebeldes.  Pues éstos sabían del poder contenido en la Piedra.  El Uril, la Piedra traída de Aldebarán, era la energía usada para mantener el equilibrio magnético del planeta, –y era, también, la energía que había hecho de la Tierra un lugar habitable (pues este planeta, sin la energía de Uril, habría continuado siendo muy similar a lo que hoy son los otros planetas del sistema solar).  Esa piedra contenía todo el poder necesario para regir sobre los elementos; y era, además, la fuente de la que emanaba toda la sabiduría y la ciencia de la antigüedad.  Quien se hacía con ella se hacía con todo el poder.  Por eso era necesario resguardarla.    

La leyenda es errática al señalar cuál fue entonces el destino del Uril.   En Las Bodas Arkhanen se señalan mínimamente tres distintos derroteros de esta piedra sagrada.  La primera señala que, después de llevar a cabo las Bodas Arkhanen, la transmutación que convirtió a los garbharien en arkhanen, Wotan instruyó que el Uril fuera sacado del Bosque de Neegal y llevado al centro de la Tierra.  Éste sería hoy lo que algunos llaman el Sol Negro, núcleo portentoso del que emana la energía de la Tierra Interior.  Un segundo posible destino de la Piedra de Uril señala que ésta, en su periplo a la Tierra Interior, fue interceptada por los rebeldes y rota en tres partes.  Estos tres pedazos de roca habrían caído en lugares relacionados geométricamente, alrededor de lo que hoy medimos en los 33º latitud norte y 33º latitud sur, formando un triángulo que tiene a las azores por vértice principal y las ciudades de Santiago de Chile y Ciudad del Cabo, como base de la pirámide.  La tercera posibilidad que señala Las Bodas Arkhanen sugiere que la Piedra fue llevada a un lugar considerado el equivalente exacto, en el otro hemisferio de la tierra, al sitio donde ésta se hallaba en el Bosque de Neegal. Tomando como referencia la capital de la Isla de Thule, medida que los antiguos utilizaron para ubicar el centro del planeta, este equivalente exacto, en el otro hemisferio (medido con coordenadas actuales) está en los 70º longitud oeste y 33º latitud sur –o sea, unos treinta kilómetros al sureste de Santiago de Chile. 

Esta tercera posibilidad, la más esotérica de todas, está relacionada con Lin, el mago blanco discípulo de Arpha, que viajó a estas tierras presumiblemente unos 6000 años antes de cristo, en busca de la Piedra de Uril, y que fundará sobre las colinas donde la hallara una mágica ciudad llamada Norithien, la que en su memoria sería conocida luego como Élelin.  Este maravilloso relato, histórico y arquetipo, comienza con las Bodas de Lin (léase la consagración de Lin –en kálico demótico las Bar Lin, razón por la cual la ciudad donde este acto se llevó a cabo llamóse luego Barlin), el rey blanco del Uril (rey o dios, indistintamente), en torno del cual se desarrolla la mágica leyenda de Sigur y Vaal de Marne.  Según Las Bodas Arkhanen Lin, el rey blanco, había sido elegido para marchar en la búsqueda del Uril al otro hemisferio.  Mas, para hacerlo, precisa ser consagrado.  Cuando va camino a su consagración es acosado por enemigos quienes le hieren de muerte en la ingle.  Agónico, y sin poder recuperarse, es llevado a una misteriosa posada, en lo profundo e insondable del bosque, donde vive una mujer con su hijo y sus sirvientes.  Este hijo lleva por nombre Sigur y ha sido llevado hasta allí por su madre para evitar que éste se convierta en un guerrero como lo fuera su padre.  Pero Sigur, de bélica estirpe, lleva el combate, la guerra y las aventuras en sus venas.  Cuando llega a su casa Lin, éste le cuenta que el único modo de sobrevivir a sus mortales heridas es poniendo en éstas la piedra de Uril.  Una esotérica leyenda le ha avisado a Lin que cuando Wotan instruyó llevar la reliquia al otro polo, extrajo de ésta siete pequeños pedazos del tamaño de una mano, que pudieran adornar su corona, para mantener la conexión con la Piedra madre que sería llevada a las tierras australes.  En su periplo a la Isla de Thule uno de estos pedazos del Uril se desprendió de la corona de Wotan y se perdió sin dejar ningún rastro.  Pero a Lin habían llegado noticias de dónde podía hallarse.  Entonces fue cuando voluntariamente el joven Sigur se ofreció para ir en la búsqueda del Uril, la piedra de la inmortalidad.  En su aventura conoce a Vaal, reina de Marne, tierra que después será llamada Aragón.  Para revelarle el secreto del Uril ella hace la pregunta de rigor, cuya respuesta el héroe Sigur ignora, pues no ha sido iniciado.  Entonces le encomienda superar siete pruebas, tras cuya realización no sólo conocerá el paradero del Uril, sino, además, obtendrá su mano.  El héroe, entonces, emprende sus siete aventuras, una de las cuales le lleva al inframundo, donde yace enterrada la espada que lo hará invisible e invencible.  Sigur triunfa en todas sus pruebas y desposa a Vaal de Marne.  Luego de esto lleva el Uril hasta donde Lin y le cura para que pueda ser consagrado.

Es éste un relato enteramente esotérico.  Todo en él apunta a una iniciación, la iniciación aria en A-Mor.  Su estructura, aunque difiere en algunos pequeños detalles, responde al mismo arquetipo de la leyenda teutónica de Parsifal.  Más que leyendas ambas son claves para encriptar el secreto de la auténtica iniciación aria.  Esa misma estructura arquetípica volverá a estar presente en el relato cuando, tras ser consagrado, Lin marche hacia el otro polo, en la búsqueda del Uril, la Piedra grande que ha sido ocultada en las cumbres del austral hemisferio. 

Sobre las diferencias entre el Uril de Sigur y el Uril de Lin cabe apuntar lo siguiente.  En siete ocasiones en Las Bodas de Arkhanen se hace referencia al Uril de Sigur como un poder a través del cual se aprende que los dioses o los héroes renacen en la ley de la derrota o la caída.  Las claves de este aprendizaje vienen definidas por cuatro conceptos determinantes: 1) Dioses o héroes, 2) Renacimiento, 3) Ley y 4) Derrota o caída.  Si interpretamos cada uno de estos conceptos según la sabiduría rúnica tenemos que el primero es equivalente a la runa Gib o Gibor, el segundo a la runa Ar, runa del renacimiento, el tercero a la runa Ried, runa de la ley; y el cuarto a la runa Laf, runa de la caída o derrota.  Si usamos los valores literales de todas estas runas, aunque no necesariamente en un sentido secuencial, podemos formar la palabra GRAL (G de Gibor, R de Ried, A de Ar y L de Laf).  Ahora bien, si tomamos en consideración que esotéricamente se ha definido como verdadero únicamente a lo arquetípico, esto es, a lo que tiene su correlato en el otro plano, lo que se representa en la duplicación de una runa, si este Uril habla del auténtico renacimiento, entonces tendremos una duplicación de la runa Ar, runa del renacimiento, formando así la palabra GRAAL.  Esto es, por cierto una hipótesis personal.  En las Bodas Arkhanen jamás se habla de un Graal.  Pero, teniendo en consideración lo planteado más arriba, es probable que ésa sea la diferencia entre un Uril y otro.  Con todo, más allá de estas últimas especulaciones, es evidente para quien tiene conocimiento sobre estos asuntos, que existe un paralelismo innegable entre el Uril de Las Bodas Arkhanen y el Grial del Parsifal de Von Eschenbach.   Del mismo modo que es inevitable, al nombrar la palabra Uril, no pensar en el Vril de Edward Bulwer-Lytton.  Vril y Grial pudieran estar emparentados, así, a partir de estas leyendas.  Como, por cierto, lo están los mágicos lugares que albergaron, ayer y hoy, estas preciadas reliquias.



[1] Según este relato, antes que los arkhanen habitaran este planeta enviaron acá muchas misiones tripuladas cuyo objeto fue, primero, establecer cuál sería el planeta que habitarían; y, luego, una vez elegido éste, saber dónde emplazarían esta poderosísima Piedra.
[2] El Bosque de Negaal fue conocido hasta muy avanzado el siglo XIX como el Bosque de Osning (actualmente es conocido como Teutoburger Wald, o Bosque Teutónico).  La palabra Osning (Negal del Este, de Oster–ning), probablemente deba su origen al hecho de ser la parte oriental del bosque la región más importante de este lugar, por haberse encontrarse allí La Piedra de Uril.  La zona occidental del bosque lisa y llanamente desapareció tras los sucesos que siguieron al hundimiento de Alt–Land.
[3] Garbharien es el nombre que reciben los arkhanen antes de la Segunda Transmutación.
[4]  Uno de los relatos más apasionantes y misteriosos de Las Bodas Arkhanen señala que cuando llegaron los primeros habitantes a este planeta, venidos de la estrella Aldebarán, crearon máquinas biológicas a su imagen y semejanza, con el objeto que atendieran las labores domésticas de la vida.  También estaban hechas para satisfacer todo tipo de necesidades de sus estelares creadores.  Son los llamados, por Serrano, esclavos de la Atlántida.   Fueron hechos casi idénticos a sus creadores.  Se les facultó con la palabra y el entendimiento.  Pero se les negó el äthion, el alma, la chispa divina.  Cuando los garbharien perdieron su equilibrio mermaron su äthion y cometieron una infinidad de locuras.  La peor de éstas fue concebir con las máquinas biológicas (pecado racial) y dar origen a una nueva raza, la raza de los hombres, la raza humana.